El cantante Raphael durante una entrevista para hablar sobre su nuevo proyecto, «Mi gran noche», título que sirve para nombrar su nueva gira y su nuevo disco, en el que reinterpreta algunos de sus viejos temas con «espectaculares arreglos a lo Big Band». Efe
Efe. Nueva York.
El recital que hoy Raphael dio en Nueva York resumió, sin quererlo, por qué con 70 años y diez días es capaz de enfervorizar a su público. Con problemas en las pantallas y con un puntual fallo en su micrófono, el de Linares se impuso como la más infalible de las máquinas y el mejor de los instrumentos.
Ante casi tres mil personas llenando hasta la bandera el Beacon Theatre de la Gran Manzana, Raphael demostró que él es el de siempre, el de «la fuerza de los mares», «el del ímpetu del viento».
El que, sin sobornar ni sus manierismos ni su galantería de otra época, puede permitirse el lujo de cantar a capela y con las pantallas apagadas «Para volver a volver» y convertir un problema técnico en el momento más íntimo y especial de «su gran noche».
Desde que fuera elegido la mejor voz europea con 14 años hasta hoy han pasado 56 años en los que no ha dejado de pisar escenarios, pero en los que no ha sucumbido a las magias del gran espectáculo, a los alivios del playback o a los arreglos de la nueva música.
«Mi gran noche» es, precisamente, el título de su gira internacional y, durante casi tres horas, desgranó hoy sus «joyas de la corona», como él las llama, y reivindicó otras piezas menos populares sepultadas entre sus grandes éxitos.
«Cada disco son doce temas. Cuando se terminaban, se agarraban tres para su difusión en radio y que tú cantabas en persona. Las otras nueve se quedaban rezagadas. Yo lo que he hecho es sacarlas de la oscuridad y están teniendo una aceptación tremenda», hablaba con Efe horas antes de su recital.
«Si ha de ser así», ese primer sencillo «rescatado», fue el elegido por el artista para abrir, vestido de negro, con su densidad capilar intacta y su energía a punto, un concierto en el que se enfrentaba a un público dominado por las mujeres latinas de más de cincuenta años, que corearon todas sus canciones y que ya en la segunda canción, «Mi gran noche», comenzaron a vivir todos los temas como si fueran el último.
Cerrando su bloque inicial con la legendaria «Digan lo que digan», ya habló directamente con la platea para agradecer: «En New York he estado tantas veces y siempre me sorprendéis».
Sus aproximaciones al amor iban virando de la entrega incondicional a la incertidumbre sentimental que es «Cuando tenga mil años», a la derrotista «Ella ya me olvidó». De la nostálgica «Desde aquél día» («la canción más bonita que me han hecho», dijo) a la vengativa, cual ranchera, de «Toco madera».
Todos los estados del ánimo enamorado representados con impecable teatralidad por ese hombre que gritó «sigo siendo aquél, el Raphael de siempre» y que ha pasado sin concesiones a las modas por las mieles del éxito de masas y por la revalorización para ídolos de la modernidad como Enrique Bunbury o cineastas como Álex de la Iglesia o Jonás Trueba.
«La música que hacíamos antes tenía unas melodías impresionantes y se quedaban en el corazón de la gente, por eso tenían un éxito muy duradero, no eran flor de un solo día», decía a Efe. Luego, en el escenario, reconocía: «Cuando era jovencillo solía estar atacado. Ahora salgo a compartir con ustedes, tranquilo», rememorando su primer recital neoyorquino, allá por 1967.
También recordó sobre las tablas de Beacon Theatre al compositor de algunos de sus grandes éxitos, Manuel Alejandro, y también al autor de su canción «más romántica», el inefable José Luis Perales. Así, poco a poco, fue cogiendo carrerilla para un final en el que encadenó «En carne viva», «Escándalo» y «Qué sabe nadie», dejando claro que, pese a su entrega en el escenario, su vida sigue siendo suya.
«En mis grandes canciones, el mensaje siempre tiene nuevas cosas que vas arañando, a las que vas sacando más partido», adelantaba. Y sabiendo que sus cuerdas vocales habían probado ya todos los registros necesarios y mostrado con sobrada eficiencia su flexibilidad, dejó para los bises dos de las canciones más exigentes de su repertorio: «Balada de trompeta» y «Como yo te amo».
Pero para ese público rendido durante ciento ochenta minutos y más de treinta canciones, aún dedicó un último guiño: cantó sin banda «A mí manera», toda una declaración de intenciones.
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