Diego A. Manrique: Cuando los Beatles conocieron a los Stones

Fue el 14 de abril de 1963. Los Beatles vieron por vez primera a los Rolling Stones en directo. Y prolongaron la noche en el cuchitril donde vivían Mick Jagger, Keith Richards y Brian Jones.


Por Diego A. Manrique

A principios de 1963, los Beatles reinaban en el mundo pop de Londres. Se trataba de algo sencillamente extraordinario: intenten imaginar la ascensión de un grupo “de provincias”, además procedentes de una ciudad en claro declive. El Reino Unido era y es macrocefálico: los londinenses suelen despreciar al resto de la nación, a los que consideran palurdos o cabezotas. De Liverpool se apreciaba a humoristas, a futbolistas y pare usted de contar.

Los Beatles lo sabían: habían irrumpido en una fiesta a la que no estaban invitados, donde más de un directivo soltó en voz alta lo de “los grupos de guitarras están acabados”. En vez de restregárselo por los morros, decidieron mostrar su rostro más risueño, el gusto por los juegos de palabras, la irreverencia ante los estirados londinenses.

Pero estaban en guardia. Intuían algo del rito de la ascensión rápida: se sube a lo alto a cualquier panoli para a continuación dejarlo caer. Se defendían con una falange de amigos liverpoolianos, preparados a partirse la cara ante cualquier incidencia. Y trataban, naturalmente, de ser gente tan “hip” como cualquier enteradillo londinense.

Por naturaleza, como músicos, tendían a la síntesis. Sin embargo, estaban al tanto de la última manifestación del fervor misionero inglés: la secta del blues. Aquellos grupos novísimos del Delta del Támesis hasta consideraban sospechoso tocar temas de Chuck Berry, que era su principal punto de contacto con el Mersey Beat.

Alguien decidió juntarles antes de que estallara la guerra. Fue Giorgio Gomelksy, una de las pocas criaturas dignas en aquella fiebre del oro que fue “la era de los conjuntos”. Nacido en Rusia, educado en Suiza, Gomelsky creía en las virtudes del blues eléctrico. Abrió un club para que los Stones pudieran tocar regularmente, quiso rodar un documental sobre “la escena”. A su debido tiempo, le traicionarían –un leit motiv en su carrera– yéndose con dos buscavidas, Eric Easton y Andrew Loog Oldham. Pero nos estamos adelantando.

Gomelsky se topó con los Beatles en un estudio de televisión. Y les invitó a ver a sus protegidos. Actuaban en el Crawdaddy Club, les pillaba de camino al centro de Londres. “Hmmm”, pensaron: “Una buena oportunidad para chequear a la competencia”. Llegaron a la hora del segundo pase. El testimonio de los Stones habla de su pasmo: “Cuatro tipos uniformados con chaquetones de terciopelo y gorras de cuero mirándonos impasibles”. Desde el punto de vista de los Beatles, también se maravillaron: un público ferviente que bailaba ante una banda incandescente. Hacían un ruido tremendo: eran seis, con el pianista Ian Stewart.

«ERAN CUATRO TIPOS UNIFORMADOS CON CHAQUETONES Y GORRAS MIRÁNDONOS IMPASIBLES», DIJERON LOS STONES

Brian Jones, que las pillaba al vuelo, invitó a los visitantes a su piso franco en Edith Grove. Se trataba de la ratonera donde vivía con Keith, Mick y un amigo llamado James Phelge. Ropa sucia, montañas de platos sin lavar, ceniceros rebosantes…y discos, muchos discos importados desde Estados Unidos. Aunque sus guardaespaldas torcieran el gesto, los cuatro Beatles no se sintieron intimidados: “¿Así vive la bohemia londinense? Tendrían que haber visto nuestras guaridas en Hamburgo”.

Lo que siguió fue una danza prebélica de machos alfa. Brian Jones enseñó a John Lennon la diferencia entre una “harp” y una armónica convencional. Lennon, que no estaba dispuesto a dejarse pisotear, improvisó una crítica devastadora de la música de uno de los favoritos de los Stones, el bluesman Jimmy Reed: “El tipo éste, ¿sólo sabe una canción?”. Encontraron al menos una coincidencia: ambos tenían un hijo llamado Julian. Se despidieron tan amigos. Y eso facilitaría que, tras un encuentro fortuito, Lennon y  McCartney cedieran su I wanna be your man a los Stones, su primer éxito. Quedaba establecida una jerarquía pero eso tenía sus ventajas: los Stones podían seguir la pista a los Beatles sin que estos se sintieran ofendidos. Nadie podía imaginar que los de Liverpool dejarían de existir antes de que transcurrieran 7 años. Y que aquellos fanáticos del blues puede que celebren sus 70 años de gira por estadios.

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