25 años sin Roy Orbison

Hoy se cumple un cuarto de siglo del fallecimiento de Roy Orbison, artista fundamental en la historia de la música popular norteamericana. El tiempo no hace sino acrecentar el valor de un legado inmune al capricho de temporada.


Por César Luquero

El traje de estrella pop parecía cortado a la medida de otros, pero Roy Orbison supo llevarlo como nadie, encarnando con prestancia inigualable los papeles de pionero rock, cantautor hipersensible y compositor ultraterreno. Cortísimo de vista –lo de las gafotas oscuras no era treta de estilista– pero increíblemente dotado para la interpretación, trascendió sus orígenes humildes gracias al talento que la madre naturaleza depositó en sus cuerdas vocales. Evocamos la figura de “The Big O” de la mejor manera posible: a través de sus canciones.

Quemado por el Sol

Roy Orbison dio sus primeros pasos discográficos bajo palio de Sun Records, el carismático sello de Memphis que había puesto en el mapa a Johnny Cash, Carl Perkins y Elvis Presley. Antes de ir a la universidad, trabajó en los campos de petróleo de Wink (Texas). Después se matriculó en Geología en Odessa. En esta ciudad texana formó The Teen Kings, grupo con el que terminaría plastificando sus primeros singles para Sun. Empezó a componer su propio material –¡Go, Go, Go! (1956) es la primera canción que firmó– e incluso alguna de sus partituras fue utilizada por ilustres terceros como The Everly Brothers. Pero su relación con el sello nunca fue fluida y Orbison decidió abandonar el nido en 1958.

Esculpiendo un monumento

Uno de los momentos cruciales en la trayectoria de Orbison es su encuentro con el guitarrista y productor Chet Atkins, figura eminente del tinglado discográfico de Nashville –dirigía la sucursal de RCA Víctor en dicha ciudad– que supo reorientar su trabajo hacia un sonido más dulce, armónico y arreglado –el Nahsville Sound– que haría furor entre el público de la época. Llegó a grabar algunas canciones para este sello, pero el asunto no llegó a cuajar. Roy tampoco flaqueó y firmó contrato con una discográfica recién nacida, Monument, que terminaría siendo clave en su biografía.

A partir de entonces su carrera empezó a despegar, coincidiendo con el declive del rockabilly y el auge del pop orientado al público adolescente. Su voz, de amplísimo rango, profunda y vulnerable, empezó a hacer mella en las listas de éxito norteamericanas. Y canciones como “Only the Lonely (Know the Way I Feel)” (1960) o “Crying” (1961), exquisitamente interpretadas por un cantante que no temía al melodrama, rozaron el número uno en todos los estados de la Unión. Se confirmaba la sospecha de que Orbison no había nacido para el estrellato rockabilly. Su música trascendía géneros y formatos y se instalaba en territorio universal.

La vida mata

En 1964, con la Beatlemanía haciendo estragos en Estados Unidos y la Invasión Británica en puertas, volvió a colocar una de sus canciones en lo más alto de los charts norteamericanos. Se titulaba “Oh, Pretty Woman” y también arrasó en el Reino Unido. Una proeza, habida cuenta del contexto. La vida parecía sonreír al de las gafas ahumadas, pero en realidad reservaba sus peores cartas. Claudette, su primera esposa, murió en un accidente de moto en 1966. Dos años más tarde, mientras giraba por Inglaterra, recibió la peor noticia posible: la casa de Nashville se había incendiado y sus dos hijos mayores habían fallecido. El correlato profesional de tan aciagos sucesos aguardaba a la vuelta de la esquina. Firmó un contrato millonario con MGM Records, pero ninguno de sus trabajos de la segunda mitad de los sesenta tuvo éxito en su país.

Capas de olvido

Durante la década de los setenta, Roy Orbison se acostumbró a convivir con el olvido. Grabó varios álbumes con material nuevo, pero no consiguió conectar con el público o la crítica. Pese a todo, el eco de su obra seguía resonando y algunos artistas muy populares en la época, como Bruce Springsteen, Linda Ronstadt, Don McLean o Van Halen, empezaron a reivindicarle interpretando sus canciones. Para algunos, estas versiones fueron la primera aproximación al universo Orbison.

Nunca es tarde

La estrella volvió a brillar en los años previos a su fallecimiento. El cine –una de las grandes pasiones de Orbison– fue firme aliado para el renacimiento. Canciones como “Crying”, “In Dreams” o “Life Fades Away” fueron utilizadas en películas como “Menos que cero” o “Terciopelo azul”. En 1987, entró a formar parte del Rock and Roll Hall of Fame. Bruce Springsteen, fan incondicional, leyó el discurso de ingreso. Ese mismo año empezó a trabajar en un nuevo disco de estudio junto a Jeff Lynne, líder de la E.L.O., quien a su vez estaba produciendo el álbum “Cloud Nine” de George Harrison. Ahí encontramos el germen de The Traveling Wilburys, uno de los supergrupos más celebrados, en el que también participaron Tom Petty y Bob Dylan.

El éxito de los Wilburys acrecentó el renovado interés por Orbison y este tampoco hizo ascos a la segunda oportunidad. Pero los problemas coronarios que le habían obligado a implantarse un triple bypass en 1978 volvieron a hacer acto de presencia. Un ataque al corazón terminó con su vida el 6 de diciembre de 1988. Tenía 52 años y acababa de terminar la grabación de “Mystery Girl”, álbum con el que cosechó los últimos éxitos ya a título póstumo.

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