Cuando en España aprendimos a hacer LPs

Mientras la industria del libro recuerda a sus gigantes, el mundo del disco en España sigue en la obscuridad. Nos estamos perdiendo unas historias increíbles.

Rafael Trabucchelli (a la derecha, con el carajillo) junto a Mike Lewellyn Jones en Hispavox.

 

 Por Diego A. Manrique
20.12.2013

Una sugerencia de regalo? Busca A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor (Debate), de Josep Mengual. Uno de los tomos más bonitos llegados últimamente a las librerías españolas: pasta dura, exquisito diseño que recuerda la estética de los años 40.

A dos tintas es un minucioso recorrido por la trayectoria del editor inmortalizado en Plaza & Janés, que publicó unos 1.600 libros. Además, un hombre bondadoso, que salvó la vida a falangistas durante la Guerra Civil y que permitió sobrevivir a intelectuales represaliados durante los años de plomo del franquismo.

Yo me muero de envidia: la gente del libro no permite que se pierda la memoria de sus predecesores; mientras tanto, en el mundo discográfico español, no hay nada remotamente parecido. No existen datos sobre ese sector cultural, le explicaba a Julio Valdeón, tipo valiente que quería escribir sobre la mortal crisis de la industria: es como si jamás hubiera existido.

De vez en cuando, aparecen pepitas de oro en lugares insospechados. Como el libro de José Manuel Gamboa que acompaña a la reedición –¡cuatro CDs!– del cantaor Rafael Romero (El Flamenco Vive, 2010). A cuenta de una polémica –no pregunten, muy complicada– con un flamencólogo francés, el Gambo se embarca en una historia del nacimiento de la industria del disco microsurco en España.

¡Y vaya aventuras! La alucinante creación de Hispavox: un apéndice de EXA, famoso estudio madrileño de sonorización y doblaje para cine. Se juntan personajes irrepetibles como José Manuel Vidal Zapater, tipo carismático que arrastra a Enrique Selgas, ingeniero del Ejercito con curiosidad por el registro de sonido, o el general Peral.

Este militar fue indispensable. Con acceso a Franco, consiguió los permisos para traer maquinaria e, igualmente indispensable, la vinilita para fabricar los novedosos discos microsurcos: LPs, EPs o singles. En la España de la autarquía, nada podías importar si previamente no habías conseguido divisas, mediante alguna operación de exportación. Sugiere Gamboa que, aparte de la mano del citado Peral, los permisos se aceleraron gracias a los ingresos derivados del éxito mundial de la Antología del cante flamenco, que inspiraría varios trabajos similares, incluyendo el Archivo del cante flamenco que recopiló Caballero Bonald. Sí, también fue disquero (aunque no encontrarás ese detalle en las biografías que cayeron en avalancha tras recibir el Premio Cervantes).

Gamboa recoge anécdotas de la grabación de la Antología que recuerdan cómo era aquella España. Por eso de la autenticidad, las saetas se grabaron a las 3 de la mañana, en el cruce de García de Paredes con la Castellana madrileña, entonces abundante en palacetes y chalés. Cuando empezó a tocar la banda de clarines y trompetas de un batallón de infantería, los perros del vecindario empezaron a aullar. Los técnicos de sonido estaban desolados: “Imposible conseguir una buena toma”. ¿La solución? Se envió una patrulla de militares a explicar la situación, casa por casa. Y los perros enmudecieron. Es posible que también ellos se acojonaran al ver a unos uniformados en mitad de la noche.

Hispavox, recordemos, se convirtió en verdadero gigante de la música española. Contaba con el savoir faire de diseñadores como Daniel Gil y productores del calibre de Rafael Trabucchelli, que fue responsable de un (casi) número uno mundial, el A song of joy (Himno de la alegría), de Miguel Ríos. Hispavox llegó a tener hasta una delegación en México, Discos Gamma, cuando ni siquiera había relaciones diplomáticas entre ambos países.

Gamboa desgrana la aparición de diferentes sellos, nacionales (Belter, Zafiro) y foráneos (Telefunken, Mercury, RCA). Nos topamos con leyendas como Enrique Martín Garea, que dirigió Columbia, la discográfica pionera en España, fundada en San Sebastián en la era de las pizarras.

Garea no era un personaje querible: Gloria Van Aersen, que debutó en Columbia con Vainica Doble, le describe como “un tipo horrible, yo quería ir con una pistola y matar al señor Garea”. Esto merece saberse: con los millones ganados por traspasar a Julio Iglesias, Columbia se construyó una monumental sede en Madrid, en el Parque del Conde Orgaz. Una de las exigencias de Garea fue un ascensor particular que le llevara directamente desde el aparcamiento a la zona noble: el director general prefería entrar y salir sin ver a sus empleados.

Con semejante espíritu laboral, no es extraño que Columbia –como la mayor parte de las disqueras españolas– desapareciera tras la llegada de las multinacionales. Aquella apabullante construcción es ahora el cuartel general de Sony Music, aunque el encogimiento del negocio se evidencia en las plantas vacías.

¿Dónde habíamos empezado? Ah, sí: el libro sobre Janés. Sigo manteniendo una apuesta que hice hace años: sólo habrá una historia de la industria discográfica española cuando esta ya haya desaparecido. Y lo escribirá algún investigador de Dakota del Norte. España es así en lo musical: Tercer Mundo.

http://rollingstone.es/specials/view/cuando-en-espana-aprendimos-a-hacer-lps

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