Atracón navideño de Raphael en Madrid

El Niño de Linares continúa la tradición de cerrar su año de conciertos en la capital. La voz prodigiosa le flaquea en algún instante, pero el carisma y la entrega siguen intactos.

Por Jorge Arenillas


Raphael, agradecido ante su público, anoche en Madrid. (Foto: Ana Pérez)

Concierto: Raphael

Lugar: Palacio de Deportes (Madrid)

Fecha: 22/12/12

Precio: de 38 a 60 euros

Asistencia: 7.000 personas (lleno en esta configuración del recinto)

Buffet libre de canciones de Raphael anoche, en su fin de gira en el Palacio de Deportes. Y hubo variedad de platos en los que picar, unificados en bloques temáticos: desde el pop sesentero de Tu Cupido, Casi, casi y Todas las chicas me gustan, hasta los marcianos villancicos Llegó Navidad y Bendita y maldita Navidad; pasando por el tramo latinoamericano con dueto necrófilo con Carlos Gardel incluído. Un repertorio de 41 canciones, ahí es nada, en tres horas de recital que equiparan el directo de Raphael a los de Leonard Cohen y Bruce Springsteen. En el Olimpo de los grandes, vaya.

Pero ya sabemos que lo de “fin de gira” no es más que un eufemismo en el caso del Niño de Linares: desde que recuperara la salud y el vigor hace casi una década, vive atrapado en un bucle feliz, a caballo entre el día de la marmota y el Neverending Tour dylaniano. La tradición obliga a acabar el año en Madrid, bien con una tanda de conciertos en teatros, bien con uno grande en pabellón. Esta segunda opción resulta más práctica, pero el magnetismo que irradia Raphael se diluye un poco en grandes recintos (a cambio, si uno está sentado a partir de la fila 20 y se abstiene de mirar a las pantallas, se obra el prodigio de estar viendo al Raphael de 1965).

Con sillas en pista y telones para cubrir las gradas altas, el Palacio lucía ayer a la mitad de su aforo, sin que eso reste valor a la hazaña de convocar a 7.000 personas en estos tiempos difíciles. Pocos, muy pocos de esos espectadores veían a Raphael por primera vez en directo, pues si algo define a los fans de este artista es su fidelidad. La mayoría son contemporáneos suyos que se resignan al peaje de las canciones nuevas a cambio de olfatear una vez más ese aroma de su juventud que traen adheridos los clásicos.

El concierto arrancó pasadas las diez de la noche, con una puntualidad imprescindible vista la longitud del repertorio. Un sonido claro y robusto, pero con ecos de catedral, y una luminotecnia de alto nivel no disimulaban que el escenario, pensado para una gira de teatros, parecía mucho más modesto plantado en la pista del Palacio de Deportes. Cinco músicos (ninguneados por las luces y la realización de las pantallas, y ni siquiera presentados) tendían el colchón sonoro a la voz del cantante, indudable protagonista de la velada.

Sin embargo, amagos de afonía pusieron en aprietos a Raphael en temas como Eso que llaman amor o El tamborilero, esta última más graznada que cantada. Se sobrepuso a base de tablas, pero tal vez su calendario (una docena de conciertos en el último mes) sea excesivo para un artista de casi 70 años que le exige siempre el máximo a sus cuerdas vocales. Irónicamente, temas más desatados como Balada triste de trompeta los pasó con nota, desbocando sus característicos alaridos después de dos horas y media de espectáculo.

La voz, en cualquier caso, no es lo único que forja la leyenda de Raphael: también está el carisma. Y ese no flaqueó anoche. Rejuvenecía por momentos mientras movía las caderas al ritmo de Casi, casi, y se deleitaba interpretando, en sentido literal, las canciones: doblándose a sí mismo en Payaso mientras el joven Raphael nos cantaba desde la pantalla, poniendo carita de gato de Shreck antes de hacer mutis por el foro al final de En carne viva, o fingiéndose abrumado tras hablarle a una silla vacía durante Para volver a volver. El momento más surrealista fue cuando nos bendijo haciendo la señal de la cruz al final de un villancico. Varias veces durante las tres horas de concierto te sorprendías a ti mismo con una sonrisa estúpida en los labios, musitando “qué tío más grande”. Y grande es Raphael, no cabe duda.

La terrible Naturaleza muerta, con su burda denuncia del abuso de los recursos naturales por parte del hombre, fue el momento más bajo del show. Los coros de este tema eran pregrabados, al igual que algunas cuerdas y metales espolvoreados por el resto de las canciones (como la trompeta en, vaya, Balada triste de trompeta) . Nada de eso pareció molestar al respetable, que ovacionaba al final de cada tema, a veces por voluntad propia y otras condicionado por los focos que apuntaban hacia las gradas, dando la entradilla para el aplauso.

Podemos ponerle pegas, pues es cierto que el de ayer no fue un concierto memorable; pero fue uno de Raphael, y con eso está todo dicho. Medio siglo después de comenzar su carrera, su entrega y su personalidad le mantienen en la estratosfera de la canción melódica, y mirando tan por encima del hombro a todos los que sueñan con destronarle que no queda otra que seguir reverenciándole. Raphael se bajó anoche del escenario con la sonrisa satisfecha de quien sabe que aún le quedan muchas noches de gloria por delante. Ave, Raphael.

Repertorio: Mi gran noche, Cantares, Yo sigo siendo aquel, La noche, Digan lo que digan, Tu Cupido, Casi, casi, Todas las chicas me gustan, A pesar de todo, Poco a poco, Sin un adiós, Ella, Enfadados, Cuatro estrellas, Eso que llaman amor, Sexo sentido, Hablemos del amor, Estuve enamorado, Cuando tú no estás, Desde aquel día, Un sueño, Maravilloso corazón, Y fuimos dos, Naturaleza muerta, La fuerza del corazón, Adoro, Payaso, Nostalgias, Volver, Gracias a la vida, Llegó Navidad, Bendita y maldita Navidad, El tamborilero, Para volver a volver, En carne viva, Escándalo, Ámame, Qué sabe nadie, Balada triste de trompeta, Como yo te amo, Yo soy aquel

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