Rolling Stones y/o Beatles

Cómo ‘La naranja mecánica’ influyó en el ‘look’ de Jagger y Richards | En Liverpool nadie se cree el mito de los Beatles buenos y los Stones malvados

Rolling Stones ‘ 50 | 05/05/2012

John Lenon y Mick Jagger, en una de sus frecuentes apariciones conjuntas - Archivo

Andy Robinson | Liverpool

Lavanguardia.com – Enviado especial

No es fácil hablar de los Rolling Stones en Liverpool. No porque no gustase su música, sino porque siendo uno de Liverpool, cuesta creerse aquel poderoso mito de que los Beatles eran cuatro chicos buenos y los Stones cinco chicos malos. El mito ha recorrido el mundo durante 50 años creando role models para adolescentes desde Delhi a Dallas, desde Tokio a Tarragona.

En España, ser de Jagger y Richards venía a ser una seña de identidad revolucionaria frente a los conformistas ye ye de la beatelmania. «Los Beatles cantaban I wanna hold your hand, (quiero sujetar tu mano) a nosotros, nos gustaban más los Stones porque querían sujetar otras partes del cuerpo», afirmó Dick Waterman, manager de bluesmen diversos que viajó con los Rolling Stones en su gira europea de 1970.

Pero aquí, en Liverpool, la idea no cuadra. Ni tan siquiera en la nueva colección del merseybeat del vanguardista Museo de Liverpool abierto este año. Los chicos buenos brillan por su ausencia cuando recorres el viejo dockland, detrás del icónico Liver Building y los clubes nocturnos, donde John Lennon compraba sus discos de rhythm and blues y rock and roll a marineros norteamericanos antes de que estos se perdiesen en Lime Street entre prostitutas. Mujeres como Maggie May, la protagonista de la canción skiffle que John Lennon y los Quarrymen cantaron a los dieciseis años, cuando conocieron a Paul McCartney

Tampoco hay muchos chicos buenos cuando recorres la historia oscura de violencia urbana que siempre convive con la cultura bohemia de poetas como Adrian Henri, del teatro alternativo y de la música rompedora de Liverpool, una oscuridad ambiental que no era ajena a la compleja psicología de Lennon. Chicos graciosos, irónicos, eso sí; pero buenos…

Ese no es el recuerdo de quienes iban al Cavern Club en Matthew Street a ver a aquellos que, con peinado rockabilly y pantalones de cuero, tocaban de espaldas al público. «Liverpool era una mezcla de rock y violencia entre 1959 y 1963», explica Gerry Marsden, de Gerry and the Pacemakers en una de las entrevistas concedidas con ocasión de la inauguración este año del nuevo museo. «Hubo 400 grupos de merseybeat y podías tocar en un club distinto cada noche durante un año entero». El circuito del rhythm and blues londinense que recorrían los Rolling Stones parecía, en comparación, provinciano.

Sólo Hamburgo podía competir con Liverpool en aquellos años. Era justo cuando Keith Richards, con unos tiernos 19 años, iniciaba una relación «cariñosamente inocente» (según confiesa en su autobiografía Vida) con su primera novia, Lee Mohamed. Los Beatles estaban en otra honda: «¿Has visto el Satyricon de Fellini? Pues Hamburgo era así», le dijo Lennon a Jay Wenner, de la revista Rolling Stone, en la famosa entrevista de 1971.

En realidad, la dicotomía chico bueno-chico malo, Beatles contra Rolling Stones, es una fabricación de mercadotecnia de dos brillantes relaciones públicas. El primero de ellos fue Brian Epstein, el vendedor de discos de vinilo de Merseyside, logró convertir a los Beatles en el grupo que enamoraba hasta a la abuela, salvando así la brecha generacional que el propio cuarteto había abierto (She’s leaving home). «Epstein nos enfundó dentro de trajes y nuestra música en directo murió», llegó a decir Lennon.

Y luego llegó Andrew Loog Oldham -más maquiavélico que Epstein-, que buscaba, en 1962 y 1963, un grupo que cumpliera con sus planes de crear un alter ego nihilista y misántropo (quizás también misógino) que contrarrestara las acarameladas sonrisas de los fab four. Es decir, un conjunto ideado a partir de la novela La naranja mecánica, de Anthony Burgess, tal como Oldham admite en una entrevista telefónica concedida esta semana a La Vanguardia desde su residencia de Bogotá: «La naranja mecánica fue uno de los culpables, desde luego», explica. «Para aquel cambio de imagen, me dejé influir por varias cosas, como la novela ¿Por qué corre Sammy?, de Budd Schulberg, que cuenta la historia de un joven que llega al éxito apuñalando a otros por la espalda».

Oldham aun defiende lo que Epstein y él crearon: «Lo de los chicos buenos y los chicos malos es tan viejo como mi abuelo. Para cada Elvis hay un Pat Boone. Para cada Cliff Richard hay un Billy Fury… Eso explica tu identidad a tus padres, y a tus amigos. Si te gustaban los Beatles, eso explicaba quién eras», dice, aún hoy dando por bueno su propio mito. «Y si te gustaban los Rolling Stones, estabas lanzando una advertencia al mundo…»

El problema para Oldham y los Stones era que -a diferencia de ellos- los Beatles jamás cumplían con su estereotipo de marketing. Cada vez más influido por el LSD, Lennon componía canciones que llevaban a los fab four a lugares oscuros que los Stones jamás alcanzarían. «Let me take you down where I’m going to…», cantaba en Strawberry fields, en 1967. Todo un descenso psicodélico a lo desconocido.

Y cuando los Beatles crearon el extraordinario Sergeant Peppers en 1967, los Stones respondieron con su Satanic Majesties, una imitación tan mala que el propio Richards califica ahora de «un montón de mierda». No era el único plagio mal hecho: «Todo lo que hacíamos nosotros entonces, lo hacían ellos (los Stones) dos meses después», dijo Lennon en la misma entrevista.

Richards se jacta en su libro de haber tenido más aguante con la droga que Lennon. Pero los Stones jamás lograron trasladar sus viajes de conciencia a sus canciones, como sí hicieron los Beatles en Sergeant Peppers. Con ocasión de For the benefit of Mr. Kite, Lennon tomó LSD y escribió una letra surrealista que recuerda al Adrian Henri de Liverpool. Intentó explicar la experiencia al productor George Martin, describiendo imágenes de infancia en parques de atracciones. Los dos introdujeron la grabación de un órgano de feria, y, luego, trocearon la cinta, recomponiéndola al azar dadaísta para dar el sonido onírico al tema. En comparación con esto, los Stones parecían un grupo del montón con un rock cada vez más previsible…

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