FERNANDO NAVARRO Madrid 7 JUL 2015 – 18:17 CEST
Fue el último en llegar a los Beatles pero para muchos fans es el más querido. Ringo Starr, el baterista de los muchos anillos y la sonrisa perenne, cumple 75 años, una edad simbólica cuando se andan celebrando todo tipo de aniversarios de las creaciones de los Fab four.
El que se puede conocer como cuarto beatle, siempre a la sombra de la sociedad formada por John Lennon y Paul McCartney y de George Harrison, está lejos de una vida sedentaria. Starr se encuentra en un momento más que activo y plácido, como se ha encargado de recordar en los últimos meses después de publicar a principios de este año el interesante Postcards from paradise, su décimo disco en estudio en el que echa la vista atrás y recuerda algunos de los mejores pasajes de su vida. En el álbum, donde canta y toca la batería, el teclado y la guitarra, cuenta con un ayuda de viejos amigos como Joe Walsh (Eagles) y Todd Rundgren.
Hoy, Ringo es una estrella mundial y, junto con McCartney, la mitad de los Beatles que queda viva tras los fallecimientos de Lennon y Harrison. El baterista entró en la banda en sustitución de Pete Best, aunque, al principio, no contaba con las bondades del manager Brian Epstein ni del productor George Martin, pero terminó por hacerse hueco en una banda que a finales de 1962 estaba a las puertas de dar su gran salto mundial. De esta manera, Ringo, proveniente de Rory and the Hurricanes, se subió al avión supersónico de la beatlemanía justo antes de despegar.
A partir de ahí, el baterista siempre fue consciente de su fortuna, aunque no le faltó cierto complejo de inferioridad con respecto a sus compañeros. Ni componía ni sus ideas en las sesiones de grabación tenían tanto peso como las del resto. Pero, más allá de que fue la voz principal en una composición muy recordada como Yellow submarine, sin Ringo el beat no sería el mismo. Él era el pulso necesario para que la magia empezara a fluir, el ingrediente especial en el laboratorio de los Beatles.
Además, protagonizó momentos muy simbólicos. Cuando los Beatles se introdujeron en las drogas, el simpático Ringo fue el que se atrevió a coger el porro de marihuana que Bob Dylan les dio a probar por primera vez ante la cara de pasmada de los demás.
En solitario, apenas ha publicado trabajos destacables más allá del que llevaba su nombre en 1973, pero siempre ha contado con amigos que le cedieron canciones o le echaron una mano como los propios Lennon, McCartney y Harrison o, fuera del entorno beatle, Marc Bolan, Robbie Robertson, Van Dyke Parks o Ben Harper.
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